Un mundo interconectado, de William Hague
Reino Unido cree que esto ha de cambiar, que es urgente un mayor consenso internacional que involucre a los principales agentes que actúan en el ciberespacio.
Por este motivo, he invitado no sólo a representantes gubernamentales, sino también a miembros de la sociedad civil y del mundo empresarial, a la Conferencia sobre el Ciberespacio que se celebrará en Londres los próximos días 1 y 2 de noviembre. La respuesta no está en manos de un único gobierno. Juntos hemos de ver cómo vamos a conseguir que se mantengan los beneficios económicos y sociales de internet, salvaguardándolo de amenazas cibernéticas sin malograr por ello la innovación futura.
El acceso a internet se ha extendido a un ritmo increíble: de 16 millones de usuarios en el año 1995 hasta casi 2.000 millones a fecha de hoy. Esta rápida evolución, junto con su poder de conexión, ha generado grandes oportunidades económicas y sociales que no hubiéramos podido prever hace 20 años.
La expansión de este mundo interconectado beneficia a todos: se estima que por cada 10% de incremento en el acceso de banda ancha, el PIB aumentará en una media de un 1,3%. Además de promover la competencia y la eficiencia, está abriendo mercados nuevos.
Una industria con base en la red se ha convertido en parte fundamental de nuestras economías. La industria de Reino Unido está valorada ya en 100.000 millones de libras, representando el 8% de nuestro PIB total, y se espera que crezca a un ritmo del 10% a lo largo de los próximos cuatro años. A nivel global, el comercio electrónico mueve cada año unos 8 billones de dólares.
Cada vez son más los países en los que sus habitantes dependemos de internet para casi todo lo que hacemos: desde encontrar un trabajo a hacer un curso, mantenernos en contacto con los amigos o hasta pagar los impuestos.
La red también promueve la innovación y la creatividad educando a generaciones enteras, especialmente al permitir el acceso rápido a la información. Tan solo en Google hay más de 1.000 millones de búsquedas cada día.
Nuestra dependencia del ciberespacio difumina las fronteras geográficas, derriba las divisiones culturales y religiosas tradicionales, une a las familias y a los amigos y permite el contacto entre aquellos que comparten inquietudes.
Internet ha fomentado también la transparencia. La Primavera Árabe ha demostrado cómo la capacidad de compartir ideas ha conllevado cambios inimaginables y ha ayudado a ciudadanos a levantarse contra regímenes opresivos.
El suministro de servicios públicos, la respuesta ante emergencias y catástrofes naturales, así como la capacidad para resolver delitos, están mejorando inconmensurablemente gracias al uso del ciberespacio.
En los países en vías de desarrollo, internet ya marca la diferencia, ofreciendo a muchos un futuro mejor: proporciona educación a comunidades rurales, permite la monitorización remota de pacientes seropositivos y puede predecir el brote de una enfermedad.
Pero el auge del mundo interconectado también ha generado considerables retos, que socavan estos beneficios y representan una seria amenaza.
En estos últimos años se ha conseguido aumentar la conectividad global y, sin embargo, las diferencias en el terreno digital continúan siendo importantes: dos tercios de la población mundial continúan sin poder iniciar una sesión de internet.
El ciberespacio también es un mundo de oportunidades para los delincuentes, que lo utilizan para defraudar a los gobiernos y a las empresas, así como para explotar a los más vulnerables. El coste económico del delito cibernético es considerable, alrededor de 1 billón de dólares al año. El coste humano es mucho mayor. También los terroristas utilizan internet para planificar atentados criminales y reclutar a las siguientes generaciones invadiendo foros y salas de chat con sus ideologías perniciosas.
Los gobiernos represivos utilizan los avances tecnológicos para violar la privacidad y libertad de expresión de sus ciudadanos. También han abierto cauces nuevos a través de los cuales los estados puedan lanzarse ataques hostiles, causando daños en las infraestructuras o apropiándose de secretos, sembrando el miedo a una guerra cibernética. La amenaza es real: alrededor de 20.000 correos electrónicos maliciosos son enviados todos los meses a redes gubernamentales británicas.
No obstante, creo que el impacto de internet es positivo. Algunos países no comparten esta opinión, por lo que conseguir consenso internacional no va a ser fácil. En Londres tendremos la ocasión de asegurar un porvenir audaz e innovador a la red. Si queremos proteger las oportunidades que nos ofrece el desarrollo del ciberespacio, no podemos dejar su futuro al azar, tenemos que actuar ya.
William Hague. Ministro británico de Asuntos Exteriores.